lunes, 27 de diciembre de 2010
Cartas entre el Atlántico: Capitulo 1 Vuelo
Estados Unidos:
A penas eras un niño cuando te encontré desprotegido y oculto entre las largas matas del césped del nuevo continente.
Tus ojos azules brillaban. Nunca antes había visto algo igual, y recuerdo que estabas asustado, asustado por estar solo en medio de la nada.
Te ofrecí mi mano con una sonrisa, y tú me sonreíste también. Tu mano tan pequeña tomo la mía que la cubría por completo y un sentimiento de paz, de felicidad inundó mi pecho con un calor absorbente. Estaba feliz.
Llegamos a mi casa de campo, no quería que te pasara nada malo, y desde entonces te convertiste en mi hermanito menor.
No puedo describir –aun ahora – el sentimiento de tenerte entre mis brazos al abrazarte, aquel cuerpo frágil y pequeño que con el tiempo crecía cada vez más.
Hubo un día en el que tú lloraste asustado, y viniste a mi cama con las lágrimas y los mocos corriendo por tu cara. De inmediato me senté en la cama encendiendo la vela para verte bien. Parecías consternado de alguna forma, y yo culpable porque creías que los monstruos te iban a atacar. Tomé el pañuelo de género al lado de mi cama, y con una sonrisa te pedí que te acercaras a mi cama. Cuando te sentaste, comencé a limpiarte la linda cara que tenías, y te conté una historia de príncipes y hadas para que durmieras con tranquilidad. En menos de una hora, dormías en mis brazos.
Quizás fui muy protector pero de nada sirve aceptarlo ahora, o quizás demasiado descuidado, ¿Es que no te atendí bien?
Nuevamente tuve que irme y dejarte solo.
Me pregunto cuantas veces hice lo mismo, irme a mis tierras y dejarte solo en el parque, conociendo mas gente, mas…
Mientras en cada pelea pienso que estas mejor, que debes estar bien y que estoy protegiéndote como mi tierra natal, tu sigues creciendo, y al llegar, nuevamente me encontré contigo.
Estabas más alto, ahora tu cabeza llegaba a mi pecho cuando estábamos parados, y tus ojos azules me miraban con cierta admiración aun, aunque también con un poco de soledad.
Recuerdo que ese día querías ir a tomar el té al patio, y me sonreías mientras tomabas mi mano. Nos divertíamos y éramos muy unidos.
Te regalé unos soldaditos para que jugaras con ellos, sólo me sonreíste y los guardaste, nunca más los volví a ver.
La empleada de la casona llegó a servirnos un té ingles, finamente preparado en unas tazas blancas con arreglos florales.
Comenzaste a hacerme preguntas, sobre que era una nación, y que podías hacer por la gente que sufría. Me quedé en silencio sin responderte, con una descabellada idea que se cruzó por mi cabeza, tu alejamiento hacia mí, y me asusté.
Al ver tu sonrisa nuevamente, la idea se esfumó de mi mente, eras aun niño, mi niño, mi hermanito pequeño, que dependía de mi.
Uno de esos días, esos días de nevada que te agradaba admirar, tuve que viajar. Tomaste mi mano para que no me fuera nuevamente, y entendí que querías retenerme. No podía mirarte a la cara y me solté.
Desde el barco miraba tu cara llorosa, y aun así mi sonrisa, hipócrita te decía que volvería nuevamente, como siempre.
Cuando regresé estabas sentado, tomando lo que era un líquido oscuro que i conciencia desconocía, y al probarlo, me di cuenta que era amargo.
Lo llamaste sin más, café; supongo que era por su color pues era simplemente café. Algo tan amargo o era de mi agrado, pero si a ti te gustaba, eras libre de tomarlo. Te estabas convirtiendo en un adulto.
Ese día de verano, creo que nunca lo olvidaré. El día que me reclamaste lo solo que te sentías, lo mucho que sufría tu pueblo y que ya no soportabas la crueldad con la que mis ojos se negaban a ver tu propia realidad.
Ese día… ya no eras mi hermano menor.
Los días de risas, los días de dependencia quedaron atrás…
Pensé que algún día regresarías, como lo hice yo contigo en algún momento, pero esperé, esperé semanas a que vinieras por esa puerta y tu nunca apareciste.
Cuando te vi nuevamente, traías un traje de batalla, con cientos de hombres a tus espaldas, y me dijiste que ya no me necesitabas, y no me querías en tu vida. ¿Lo recuerdas?
Las palabras me dolieron, tanto que pensé que n mi pecho habría una llaga y comenzaría a sangrar, pero no, las llagas vinieron a su momento.
Desenvainaste tu espada y la pusiste frente a mi cara, porque eras noble a pesar de todas las discusiones.
A decir verdad, no quería pelear contigo, porque cuando te fuiste me di cuenta, que te quería, te quería de una forma especial, mas allá de mi propio ser.
Comenzaste a atacarme, y no pude más que defenderme.
Desenvainé mi propia espada y pronto mis hombres llegaron a mis espaldas, una guerra entre nosotros se había desatado.
Una herida tras otra, tuya, mía, tus hombres y los míos, nuestra sangre fundiéndose con los campos y los bosques que adornaban tus tiernas sierras. Y luego, mi caída.
Caí de espaldas y tu espada en esa tarde apuntaba mi rostro. Tus ojos fríos me dijeron que me matarías en cualquier momento, y cerré los míos esperando tu puñalada.
Cuando los abrí, estabas frente a mí, con una sonrisa… y nuevamente, eras un niño, un niño jugando a ganar, y ganaste.
Me abrazaste después de eso, y me susurraste un gracias al oído, te levantaste y volviste por donde luchábamos. Lo último que vi ese día fue tu espalda.
Dentro de mi casa escuchaba la celebración, los gritos, y desde mi ventana escuchaba tus risas y tu alegría. Ahora eras el adulto.
Te desarrollaste con rapidez, creciste más después de que me fui para no volver y poco a poco te volviste conocido simplemente por “no depender de nadie”-
Te volviste una persona interesada y frívola, teniendo amistad con otras naciones simplemente por conveniencia propia, y porque siempre tenías que ser aquel que daba recursos a los demás, cualquiera e confundiría con caritativo, sin embargo, yo te conozco desde niño.
Ahora tienes muchos aliados que no son amigos, tienes muchos enemigos que son simplemente eso, y te quedas solo, aislándote de todos, con ese orgullo y ese ego.
Pero a escondidas te escabulles y me abrazas, a escondidas te escabulles y lloras, a escondidas vuelves a mi casa y nos cobijamos el uno al otro a pesar de nuestras adversidades
Eras el ave que voló de mi nido, y también el hijo pródigo que vuelve a los brazos de su padre, eres eso y mucho más…
Sin embargo, lo único que quería decirte es…
A pesar de todo, te sigo amado, Estados unidos de América.
Inglaterra.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario