lunes, 27 de diciembre de 2010

Vivir (Drabble)


Vivir

No sé en que momento se me ocurrió hablarte. Seguramente fue porque trabajamos en lo mismo, sin embargo te pegaste a mí, me seguías a todas partes, me mirabas curioso, y finalmente sólo podía verte como un hermano pequeño.
Una y otra vez me decías que me querías, pero sólo eras un mocoso de 16 años para mi. No eras mucho. Entonces me llamaste una vez más...
- ¡Sho!
Y ni siquiera me di cuenta cuando tu “Sakurai-san” evolucionó de ello a un “Sakurai”, “Sho-kun” y finalmente “Sho” a secas.
Hace tres años que te conocía, pero a los 16 me diste tu primer beso. A mí, ¿por qué a mí?
Finalmente te miré y supe que estaba enamorado, tu también te enteraste de eso por las múltiples señales que te daba, pero ya era demasiado tarde.
Para ese entonces tu actitud hacia mi había cambiado a una fría, y yo prendido de ti. Prendido de ese beso... un suave beso que me llenó por completo.
- MatsuJun…
Y me di cuenta que yo también evolucioné. Mi “Matsumoto-kun” pasó a “Matsumoto”, “Jun”, y luego tan cercano “MatsuJun”.
En el momento que te quise tocar tu me evitaste con una afilada mirada, y callé. Callé porque me dolió.
Comencé a enfrascarme en mi mismo, entre el estudio y el trabajo, con todo quedando de lado. Y finalmente lo comprendí, tú ya no eras el niño que me enamoró, yo no era el adolescente que me enamoré. Simplemente, ya éramos adultos.

Crecimiento (Drabble)


Crecimiento

En el momento que salimos del vientre de nuestras madres, hay un rápido crecimiento en nuestro cuerpo hasta la adolescencia, donde nuestro desarrollo poco a poco va cada vez mas lento.
No sólo nuestro cuerpo crece, si no también nuestro cerebro y con ello las funciones cognitivas de las personas. Las emociones poco a poco comienzan a formar parte de nuestra escencia.

Matsumoto había crecido en cuerpo, mente y emociones junto a sus compañeros de la agencia, y de la escuela.
En ese tiempo se encontraba muy feo, como cualquier otro chico y a la edad de trece años no entendía porque Johnny-san lo había llamado sin si quiera una audición.

Comenzó a conocer gente nueva, a los chicos que estaban allí y pronto, por lo sociable o quizás por lo ingenuo que era, comenzó a hacer amigos.

Hubo un chico en especial que captó inmediatamente su atención, un chico más alto que él (en realidad todos eran más altos que él, ya que medía 1.50 cuando llegó a la agencia.)

Ninomiya creía que aquel chico era bobo y adorable, simplemente eran las dos características de ese pequeño, y cuando quiso sacar provecho de su inocencia, le mintió, diciéndole que otro chico era su hermano, siendo que ni siquiera era su amigo.

Cuando Jun descubrió que le había mentido, se sintió tremendamente mal, y se enojó con ese tal Ninomiya pues no le gustaba que la gente le tomara el pelo de esa forma.

El tiempo pronto había pasado y Jun crecía con gran rapidez. El cambio de su voz en la adolescencia también fue notorio, y para esas alturas, había perdonado a Ninomiya-kun, sin embargo, no pudo volver a confiar en él.

Cuando cumplió 16 años, le dijeron que tendría que ir a Hawái. Estaba muy emocionado ya que siempre ponía todo su esfuerzo y a su corta edad ya había viajado a USA, eso lo hacia sentirse bien consigo mismo.

Kazunari adoraba esa sonrisa del pequeño, se había convertido en su consentido, en su adorado pequeño. Cada vez que lo encontraba solo lo andaba abrazando o algo por el estilo, sin embargo, un día se dio cuenta de lo grande que estaba Jun y lo rápido que había "crecido".
- Y-ya... no te me pegues... - Le dijo un día de aquellos.
- ¿Eh? Pero si antes solíamos abrazarnos mucho - Ninomiya fingía inocencia.
- Pero ya no me gusta que me toquen... - Jun se fue sin decir una palabra dejando a un preocupado Kazunari a sus espaldas.

Después del debut, todo ocurrió con normalidad, claro, ahora tenían más trabajo, pero eso no opacaba la amistad que tenía con el resto de los chicos.
Jun una vez más había cambiado su peinado, en ese tiempo se lo teñía poco, y luego su mirada se tornó a uno más fría y su sonrisa dejó de ser la misma.

El resto del grupo preocupado le preguntaba una y otra vez que pasaba, Matsumoto seguía negándose a hablar sobre algo, y así tuvieron que acostumbrarse a la nueva imagen de MatsuJun.

Tiempo pasó antes de que Nino pudiera acercarse nuevamente, antes que pudiera tocarlo, y pronto Matsumoto también se volvió a abrir con el resto.
- Jun...
Le llamó una vez más y la sonrisa de Jun, esa sonrisa casi perfecta, lo iluminó nuevamente. Se sentía feliz de poder estar a su lado.

Matsumoto había re-descubierto sus sentimientos por Nino, le gustaba su forma infantil de enfrentar un problema, al final de cuentas, algo de Nino había en él, y algo de él veía en Nino. Eran compatibles, tremendamente compatibles, tanto que esa compatibilidad comenzaba a asustarlo.

No supo cuando, ni como llegó a ese tipo de situación. Jun borracho, en su cama, besándolo de una forma salvaje y el mismo ayudándolo a desvestirse; sin saber quien era el de arriba o el de abajo, simplemente llegaron hasta el final de la noche, compartiendo piel con piel, compartiendo cada sentimiento, cada emoción.

Y luego, la distancia apareció nuevamente. Otra vez las barreras creadas por ellos persistían por miedo a lo que habían descubierto: una compatibilidad en la cama, una compatibilidad en el amor, una compatibilidad en todo. A fin de cuentas, estaban creciendo juntos.

El peor regalo de Navidad (One Shot)


Siempre creí que aquel tipo de cabellos negros me caería mal, pues cuando lo conocí era un estúpido vanidoso arrogante, que no pensaba en nadie más que no fuera él y su grupo de amigos… aquellos se hacían llamar Arashi.
Lo conocí un día de verano.
Era una fiesta en casa de mi padre, el embajador de un Suiza en Japón. Como era de esperarse, múltiples celebridades iban a este lugar entre ellas, un hombre japonés, de edad avanzada llamado Johnny Kitagawa.
No me enteraba mucho de las cosas pues en realidad tenía solo 18 años y lo único quería en ese momento era divertirme. De hecho, tampoco me gustaban los japoneses, los encontraba escuálidos comparados a los hombres de Suiza.
Entonces los vi, ellos estaban cantando en nuestra fiesta, y ese hombre de cabello negro y de gran sonrisa, comenzó a caerme mal en el instante que lo vi.
Por otra parte había otro más bajito que tenía una sonrisa sinceramente adorable, y otro que parecía más maduro para su edad, ese era el que rapeaba. Luego enfoqué mis ojos en el menor, o eso me pareció. Su cabello corto y peinado de un estilo parecido a un yankee me hizo reír por un momento, y había otro que se equivocaba en alguno que otro paso de la coreografía, ese me miraba a los ojos cuando cantaba y yo solamente le sonreía y lo saludaba con un asentimiento de cabeza.

El señor Kitagawa se acercó a mi junto a mi padre y los cinco chicos que antes cantaban en el pequeño escenario.
- Liliane, quiero presentarte al grupo sensación de Japón en estos momentos, ellos son Arashi.
- Un gusto – Mi sonrisa social creo que dispersó mi apatía por el pelinegro, de todas formas, ya estaba acostumbrada a ello. – Soy Liliane Bloch – Alce mi mano y los cinco se pusieron en fila.
- Satoshi Ohno – Se presentó el primero besando mi mano y sin mirar mis ojos, y se fue hacia un lado.
- Sho Sakurai – Se presentó el chico que parecía maduro, también besándome la mano y con una sonrisa en el rostro, realmente era un galán.
- Kazunari Ninomiya – Otro beso a mi mano fue otorgado, esta vez por un chico con una sonrisa adorable, estaba segura que en su interior se encontraba un hermoso ser.
- Masaki Aiba – Era el cuarto y el penúltimo, besó mi mano como los demás y miró mis ojos con una coqueta sonrisa. Al final solo le pude contestar con una sonrisa de igual manera.
- Jun Matsumoto – Se presentó el ultimo besando mi mano, con una sonrisa de medio lado, y una mirada arrogante.
- Un gusto – Mi sonrisa social seguía permanente, no iba a dejar que ese chico me molestase.

La fiesta ese día transcurrió con normalidad. Yo conversaba con algunos, y con otros simplemente me sonreía, teniendo la imagen de “una buena chica” frente a una sociedad japonesa.

Después de ese primer encuentro vinieron muchos más. Fui invitada a múltiples fiestas, de artistas, otros hijos de embajadores, y la mayoría de las veces ellos también se encontraban en el lugar. A veces era dos, otras veces tres y otras veces los cinco, pero quien nunca faltaba a mis encuentros era el señor apodado como “MatsuJun”

No se en que momento nos acercamos a hablarnos, me parece que fue para mi cumpleaños, en marzo, cuando mi padre les pidió que cantaran para mi. Ahora cumplía 21, y sabía que ellos aun me miraban como si fuera una niña.
Al bailar con ellos comencé a conocer sus personalidades. Sho era serio con las cosas, y se cohibía con facilidad, en cierta forma me parecía tierno el como trataba de hacer las cosas a su modo y siempre tenía algún inconveniente.
Nino, comencé a llamarlo Nino por la costumbre que los demás tenían. El era mas bien reservado, sin embargo alegre, alegremente negro. No podía dejar ese sentido del humor de lado, era un pequeño diablillo después de todo, pero, con un alma gigante.
Ohno era reservado, no hablaba mucho pero observaba bien, después de un tiempo me di cuenta que era una persona que se preocupaba por los demás y se confundía con facilidad, ello le generaba problemas, por eso comencé a ayudarlo con su vida amorosa.
Masaki era un chico lleno de vitalidad y alegre, a veces hipócrita y tratando de sacar un lado genial que realmente no tiene, ese chico realmente me hace reír.
Y Jun, pues Jun era el tipo de persona que se enamora con facilidad, que se apega a esa persona de la que se enamora y hace hasta lo imposible por arreglar horarios para que coincidan, ese tipo de persona, preocupada, y tan persistente en la conquista me hizo dudar y me hizo darme cuenta después de unos meses que me gustaba.

A veces salía con uno o con otro, y por alguna razón siempre me preguntaban acerca de lo que debían hacer con cierta chica.
Así fue como me enteré de que Sho salía con Maki, aunque a ella le gustaba otra persona, me enteré que Ohno era un mujeriego y que sólo se había enamorado una vez. Que Nino había terminado con su novia y que se veía a escondidas con su amante, y que Jun…
- Estoy liado con una mujer mayor, es casada. – Me cayó como un balde de agua fría.

Me había sacado a beber helado cuando me lo dijo, y allí, ya no podía ser racional, ni siquiera podía sostenerme en pie, por lo que tuve que sentarme para digerir la información, y de paso el sabor del helado.
- ¿Y quieres que te diga algo? – Oculté mi tristeza tras una sonrisa fingida, pues en realidad me dolía demasiado.
- Sip, veras… ella ha pedido permiso en su trabajo y vendrá para navidad, y no sé que regalarle.
- Un collar, las mujeres aman las joyas – Le respondí sin mas, sin siquiera mirarlo.
- Pero un collar es muy común – Respondió mirando la hora.
- Hum… ya que eres artista, ¿por qué no le escribes una canción? – Sugerí como idea aun tomando mi helado sin desviar mi mirada de una tienda de ropa, sin ver nada exactamente.
- Eso no quiero volver a hacerlo, ya sabes… mucho lio, poco tiempo… y…
- Y no tienes cabeza para ello, lo entiendo a la perfección. – Reí un poco ante la mirada atónita de mi amigo. – Hazle algo, una cajita para que guarde sus cosas, a veces eso agrada mas, porque vez la sensibilidad en ese hombre especial.

Jun se me quedó mirando un momento, y luego me pidió ayuda para crear ese “joyero” hecho por sus manos.
Me dolía, me seguía doliendo pensar que aquellas manos que tantas veces tomé, harían un regalo para esa persona que no lo merecía en realidad. Jun prácticamente, era un pequeño al lado de esa señora.

Nos fuimos a su departamento y comencé a buscar cajas y materiales que el podía tener, como género y algodón con algo de hilo y aguja.
Le di las instrucciones a Jun para que hiciera una cajita de un tamaño considerable, mientras yo medía el género y lo cocía.
- Creo que la canción era mejor –Rió a modo de broma y me puso la mano en el hombro, para después abrazarme. – Ya acabé.
- Yo también – Le tome la mano y le pasé la tela. – Aquí tienes – Era una tela de un hermoso color morado, de terciopelo, realmente me gustaba, pero no era para mi.

El regalo estuvo listo por fin el día 24 en la tarde, y ese mismo día yo daría una fiesta en mi casa.
Estaba ansiosa, pues todos irían, desde los chicos de la agencia Johnnys hasta los actores mas reconocidos, e hijos de ministros.
Hubo una cena, un pastel, y hasta fuegos artificiales.
Habíamos jugado entre algunos al amigo secreto. Nos reunimos en el segundo piso, en un cuarto que solo tenía una alfombra e hice que los invitados se sentaran en unos cojines.
Me había tocado Yuu Shirota, al que le regalé una carta de la amistad. No es que no fuera de las que gastan, sólo no me parece que el dinero fuese lo más importante, pero como en Japón todo es distinto y la navidad no es más que comercio, le regalé una bufanda en azul y gris.
Mi amigo secreto era Sho, y agradecía que hubiese sido el. Cuando vi la caja y los pendientes, casi no me lo creo, porque eran bonitos, y caros, incluso medio un poco de pena recibirle.
A Jun le había tocado Masami. A ella le compró el collar que originalmente le iba a comprar a su novia.
Y el amigo secreto de Jun era Kazuya Kamenashi. Me sorprendió que le regalara una camisa, y más una vistosa, supongo que Kamenashi fue el único que se dio cuenta de lo mal que se vestía Jun.

Las doce campanas sonaron y cada uno comenzó a abrir los regalos que estaban bajo el árbol, y así nos ocupamos hasta las 2 de la mañana, momento en el cual muchos fueron a los cocteles, a tomarse una copa o simplemente fumarse un cigarrillo, por lo que todos estaban dispersos por la casona.

Bajé las escaleras para poder buscar a Jun, y cerca de ellas, al lado del gran ventanal estaba el con su mujer.”Su mujer”. El dolor en mi seguía incesante.
Miré hacia donde estaban, sentándome en las escaleras, escondida detrás de la gran maseta que me cubría.

- Yo…te hice esto….
- ¿Eso? ¿Para que voy a querer yo eso?
- Es un regalo de navidad… - De pronto vi en Jun un rostro decepcionado, y mi corazón se encogió.
- No lo quiero, Jun… la verdad es que solo vine a una cosa a esta fiesta, la verdad es… que aun eres un niño, no puedo estar contigo. Tengo mis hijos, y mi marido, lo siento – Acarició la mejilla de Jun y le dio un beso –De verdad no podemos seguir así.
- Si eso es lo que quieres – Jun fijó su mirada en el suelo y apretó sus puños, estaba segura que se echaría a llorar – Entonces está bien, terminemos.

Vi como mi amigo se daba media vuelta, aun con la cajita en su mano derecha y con la cabeza en alto.
No podía más, tenía que seguirlo. Miré horrible a aquella mujer y salí corriendo tras Jun. Pensé en hablarle en ese momento, pero me arrepentí cuando vi que seguía caminando hasta el final del patio.
Había un cuarto vació en ese patio y se metió dentro.
Lo seguí con cuidado e incluso me apoyé en la puerta. Desde afuera escuchaba los sollozos y mis propias lágrimas comenzaron a salir.
No pude hacer nada, el día que se supone sería uno feliz para la persona que me gustaba se convirtió en uno fatídico.
Siempre pensé que este chico pelinegro me caería mal, pero… sin quererlo, terminó siendo un amor de los que no se olvidan.

Memorias (One Shot)


Memorias


“Las memorias y recuerdos que tuvimos. Las palabras y miradas que nos dedicamos. Las caricias, los besos, todas las sensaciones que inundaban en mis sentidos los he olvidado.
Entonces ¿por qué me siento de esta manera cuando me miras?.
Estoy confundido, ya que no te conozco, ya que no te recuerdo… ya que no somos nada”


Se encontraba haciendo el trabajo que le había encomendado su superior. Él se encontraba en el escritorio revisando el papeleo con una expresión seria en su rostro.
Por alguna razón sentía que alguien lo miraba por detrás de la puerta. Un chico de cabellos castaños con un rizo en la parte superior de la cabeza y los ojos grandes de un color verde oliva.
Decidió ignorarlos por completo pues no estaba como para perder su tiempo con un mocoso.

Lovino lo miraba fijo, sin entenderlo. Esa frialdad que el otro le otorgaba hacía que su pecho le doliera, y su nariz comenzara a picar, con los ojos llenándose de lágrimas a punto de brotar.
- Antonio estúpido – Murmuro con el nudo en la garganta a punto de salir, mientras giraba su cuerpo en una media vuelta e iba hacia el balcón al final del pasillo.
Miraba con nostalgia aquel paisaje, el huerto de tomates que guardaban, donde Antonio y él compartieron momentos. Cuando Antonio lo perseguía para que no se comiera los tomates que ocuparían de comida para la paella. Esos recuerdos, por fin hicieron que el nudo saliera, y su rostro se lleno de lágrimas.

Antonio salía del despacho, con unos papeles bajo el brazo mientras miraba a los dos lados buscando a su superior, pero en vez de eso se encontró con la silueta tan conocida que lo miraba en secreto.
- ¡Hey! – Le saludo con la mano y una sonrisa, sin tocarlo, sin mirarlo.

Lovino calló y ocultó su rostro entre sus manos, ni siquiera tenía fuerzas para hablarle, después de todo, sabía que el que España no tuviera memoria era su culpa.
Se estaba desgarrando, pedazo a pedazo, cada parte de su tierno corazón.
- ¿Has visto al rey? Tengo un informe que entregar. – Le seguía sonriendo.

Se había dado cuenta de que el italiano lloraba, pero eso no era su problema, por lo que tampoco le preguntaría como estaba simplemente quería saber si ese mocoso tenía información del paradero de su alteza en ese momento.
- No, maldición, vete de una vez – Dijo entre sollozos,

Antes de irse, sacó un pañuelo de su bolsillo de pecho y se lo dejó en la barra del balcón a Lovino. Dio media vuelta y caminó.
Lovino escuchó sus pasos, pausados y sin prisas, cerrando los ojos viendo de reojo el pañuelo que le había dejado. Lo cogió entre sus manos y lo estrechó con su pechó, las lágrimas siguieron cayendo como gotas en diluvio, hasta que el sol… por fin salió.

“- Tienes que comer – Sonreí mientras te entregaba la sopa de tomates que te gustaba tanto.
- ¡No quiero comer lo que ha hecho un bastardo como tú! – Me respondiste de manera desafiante y tiraste la comida al piso.
Me sentí frustrado al ver esa escena, no podía creer que semejante monstruo viviera conmigo, pero estaba feliz, porque existías para mí, porque estabas conmigo.
Necesitaba ver tu rostro una vez más, seguramente si lo hacía, todos los recuerdos me vendrían a la mente.
Tomé tu hombro y lo volteé, pero no pude ver nada, tu rostro fue tapado por una oscura niebla, sin embargo, pude oír tu voz de niño a lo lejos.
- ¡España!, ¡bastardo! ¡No me dejes idiota! “


Despertó con el cuello y la cabeza mojada, no podía recordar nada aun, solo que estaba encariñado con una pequeña nación de la cual nombre ni se acordaba.
Se levantó para ir a trabajar nuevamente, pues la noche anterior no había encontrado a su superior para entregar esos informes, luego tendría la tarde libre. Algo era algo.
Iría a buscar a sus amigos, quizás ligar con una chica y volver… ¿A quién engañaba? Él prefería quedarse encerrado y pensando en quien era y a donde tenía que ir, y por sobre todas las cosas, quien era ese pequeño que gritaba por él.

Se encontró en los pasillos con ese sirviente, del cual nombre ni se acordaba. Simplemente desde que había vuelto, el se convirtió en el “Oye tú” personal de Antonio.
- ¡Oye tú! ¿Me podrías traer café? – Preguntó dándole una cálida sonrisa – Por favor.
- ¡Maldición! ¡Soy Lovino! L-O-V-I-N-O – Se fue enfurecido – ¿Por qué no lo recuerdas idiota? – Murmuró bajito mientras ya se encontraba caminando a la cocina a que le dieran un café.
- ¡Tsk! ¿Qué pasa con él? – Miró al chico a su lado, un chico rubio, de cabellos largos y finos, alto y de bellos ojos celestes, protegía a la nación de Francia.
- ¿Eh? Antonio, nos recuerdas a nosotros pero no a él, ¿no es eso frustrante? – Abrazó a su amigo castaño por los hombros – Ni siquiera porque dijo su nombre…
- ¿Por qué tendría que recordar el nombre de un sirviente? – Alzó una ceja y luego miró al chico que estaba en frente suyo.
- Él no es cualquier sirviente Antonio, él es tu am… - Prusia fue interrumpido-
- Aquí está tu café – Lovino miró a los ojos de Antonio cuando le entregó el café.

Ambos se quedaron mirándose fijamente. Romano comenzaba a ponerse rojo, hasta las orejas, mientras Antonio simplemente miraba de reojo su taza de café.
- ¿La vas a soltar o también te la tengo que quitar?
- I- I-Idiota! – Le gritó y le tiró el café en la cara, yéndose furioso, saliendo de la gran casona.

- ¡Quema! – Exclamó, mientras Francia le lanzó agua fría y Prusia le pasaba una toalla. – Insisto, ¿Qué pasa con él? ¿Y se supone que debería recordar a un monstruo como… - De pronto se dio cuenta. Todo encajaba perfectamente – Francis, Gilbert! Gracias! – Salió corriendo en busca de Romano, si él se perdía por las calles de Madrid, jamás se lo perdonaría.

- ¡Hey! ¡Romano!, ¡Hey! – Lo llamaba por las calles desesperado.

“ – Por favor, ¿puedes dejar de tratarme como basura?, es cierto que no nos agradamos pero al menos tratemos de vivir en paz, ¿quieres? – Te dije mientras bajaste la mirada, te sonrojaste, me diste la mano y asentiste. Fue la primera vez que sentí la calidez de tus pequeñas manos”


- Romano, ¿Dónde estás?, ¡por favor aparece! – Comenzó a preguntar a la gente con la descripción del chico.

“El día en que empezamos a actuar como una pareja, el día en que me confesé y que tu también te confesaste, fue el mismo día en que unimos nuestros cuerpos. Tú te negabas y vacilabas una y otra vez acerca de lo sucio y vulgar que era una relación homosexual, pero mis cadera vacilaban entre cada embestida que te daba, entre cada beso que te dejaba marcado entre tu pecho y tu cuello. Y ahora después de meses recuerdo esa sensación de tenerte en mis brazos”


- Romano! – Bajo los puentes – Romano! – En las catedrales – Romano! – Entre los bosques. El italiano no aparecía por ningún sitio de Madrid.

Cansado de buscar se sentó en una plaza, revolviendo su cabello con ambas manos, sintiendo como la sangre subía por sus arterias hasta su cabeza, y que esta última explotaría en cualquier momento.
Volvió a casa derrotado y al ir a dormir, allí lo encontró, su Lovi, su Romano estaba en su cama, leyendo algo. Se acercó sin decir una palabra, quería sorprenderlo.

- Antonio… - Murmuró sorprendido cuando lo vio.
- Si, estoy aquí… - Se paró en seco al ver los ojos molestos de Lovino.
- Yo… ya me he decidido, España recuérdame!, yo haré lo que sea – Desvió su mirada cruzándose de brazos con ese sonrojo notorio en sus mejillas – Me importa un bledo esto, pero recuérdame idiota, recuérdame bastardo! – Le gritó mirándolo a los ojos.

España se sonrió de lo tierno que podía llegar a ser Romano, había comprendido porque se había enamorado de él, y también porque esa unión entre ellos era tan especial.
Se sorprendió cuando Lovino tomó su mano y lo tiró prácticamente a la cama, encaramándose en él, mientras quitaba la camisa que llevaba.
- Si tú no me recuerdas… - Mordió su labio inferior pues en realidad le estaba costando decir aquellas palabras – Si tú no me recuerdas, ¡haré que tu maldito cuerpo lo recuerde!

Por fin lo dijo, aquello que hace meses intentaba decir, aquello que su cuerpo le pedía hace tiempo, lo dijo con firmeza. Besó a España, primero nervioso, y luego tomandose la confianza de meter su lengua en tal cavidad, abriendo uno a uno los botones de la camisa de Antonio. Bajó su cabeza hacia el pecho del mayor lamiendo nuevamente con nerviosismo y bajando por su vientre, encontrándose con los pantalones negros de Antonio.
Abrió la bragueta con su mano, y cuando comenzó a masajear se dio cuenta que Antonio ya estaba excitado. Supuso que eso iría bien pues ahora él estaba recordando su cuerpo.
Sacó el miembro de España y comenzó a lamerlo, una y otra vez, metiéndolo en su boca, degustándolo.

Antonio estaba perdido, observando cada movimiento que Romano le otorgaba a su cuerpo, cada temblor que su cuerpo hacía, cada caricia que recibía.
Ahora recordaba con más claridad las caricias, los besos y las sensaciones que ese pequeño cuerpo, esa pequeña boca, ese pequeño niño le otorgaban.

Tomó por la cintura a Romano y se medio sentó en la cama, besando fogosamente al italiano. Ya no lo aguantaba, lo necesitaba, necesitaba poner su pene en donde correspondía, en donde siempre había correspondido.
Lo preparó y lo penetró con lentitud, oyendo el gemido y quejido que salían de los labios de Romano, al que amaba con lujuria.
Comenzó a moverse una y otra vez chocando su pelvis con la del italiano, besando sus labios hasta ponerlos colorados, así como estaba su cara y sus cuerpos compartiendo fluidos.

El orgasmo entre ellos no demoró en llegar, y para cuando se dieron cuenta, estaban ambos recostados, compartiendo el mismo lecho.

“- No quiero ver tu estúpida cara en mi vida!, me engañaste como un pendejo, y no soy tu maldito mocoso! – Te ibas molesto, empacando tus cosas, y yo también estaba molesto.
- ¡Si es así! Bien, espero que la pases bien con tu complejo de hermano y Feliciano!
- ¡No te metas con Feliciano bastardo!
- Oh, ¿Qué no me meta con él? Pero tú si quieres meterte con él – Estaba celoso, no razonaba, no me creas por favor.
- Que mente tan sucia tienes, eres un estúpido maldito – Me miraste con decepción.
- Tú eres el que me deja, después de todo lo que he hecho por ti. – Recuerdo que también me serené y te miré la espalda.
- NO TE DEJO PORQUE QUIERO, ÉL ME NECESITA!
- Pues vete de una vez – Me fui al balcón y me apoyé, para ver como preparabas tu maleta, por si tenía un poco de consuelo con verte.

Tomaste tu maleta y te estabas yendo, cuando dije algo solo para que voltearas a verme, sólo por eso, dije lo más estúpido que pude haber dicho en toda mi vida.
- ¡Ojalá Feliciano tenga un culo rico y pueda satisfacerte! – Volteaste, vi tu rostro y ya no quería más- Simplemente me voltee, estabas furioso.

Sentí tus pasos a mi espalda y me volteé para mirarte de nuevo, ahora asustado. Me tomaste de la camisa, con tus ojos como fiera clavados en los míos. Me alzaste con una mano y luego, cuando pensé que me matarías, no pudiste. Quisiste tirarme al suelo para que mi espalda chocara con el balcón, pero en vez de eso calculaste mal y me tiraste del secundo piso al primero, entre los árboles del jardín.
Lo último que escuché fue un “España bastardo, no me dejes idiota!” De ahí todo se volvió negro.”


Despertó sudado nuevamente, por fin había recordado todo lo que había pasado, la pelea y los insultos.
Romano estaba a su lado, de espaldas a él, sin embargo tomando su mano, con un sollozo entre las almohadas, besando aquella mano que en otro tiempo le había dado de comer.
- Perdón, perdón, nunca debí haberte empujado, España bastardo, ¿Por qué te caíste? – Esa cálida y generosa mano que no podía dejar ir.
- Perdóname tú a mi – Romano se dio vuelta claramente sorprendido, aún con lágrimas en sus ojos. – Perdóname tú a mí por haber dicho cosas tan malas de Feliciano. – Sonrió de medio lado y besó la mano de su amante.

No pudo más, no pudo aguantar más. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se lanzó a los brazos de Antonio, como tantas otras veces, siempre buscando consuelo y buscando refugio. Esta vez, estaba buscando la felicidad que perdieron por un tiempo, y obviamente, el perdón en cada una de sus almas.

“- España idiota, no me dejes solo
- Lo siento, nunca más te dejaré solo.”

Cartas entre el Atlántico: Capitulo 1 Vuelo


Estados Unidos:
A penas eras un niño cuando te encontré desprotegido y oculto entre las largas matas del césped del nuevo continente.
Tus ojos azules brillaban. Nunca antes había visto algo igual, y recuerdo que estabas asustado, asustado por estar solo en medio de la nada.
Te ofrecí mi mano con una sonrisa, y tú me sonreíste también. Tu mano tan pequeña tomo la mía que la cubría por completo y un sentimiento de paz, de felicidad inundó mi pecho con un calor absorbente. Estaba feliz.
Llegamos a mi casa de campo, no quería que te pasara nada malo, y desde entonces te convertiste en mi hermanito menor.
No puedo describir –aun ahora – el sentimiento de tenerte entre mis brazos al abrazarte, aquel cuerpo frágil y pequeño que con el tiempo crecía cada vez más.
Hubo un día en el que tú lloraste asustado, y viniste a mi cama con las lágrimas y los mocos corriendo por tu cara. De inmediato me senté en la cama encendiendo la vela para verte bien. Parecías consternado de alguna forma, y yo culpable porque creías que los monstruos te iban a atacar. Tomé el pañuelo de género al lado de mi cama, y con una sonrisa te pedí que te acercaras a mi cama. Cuando te sentaste, comencé a limpiarte la linda cara que tenías, y te conté una historia de príncipes y hadas para que durmieras con tranquilidad. En menos de una hora, dormías en mis brazos.
Quizás fui muy protector pero de nada sirve aceptarlo ahora, o quizás demasiado descuidado, ¿Es que no te atendí bien?
Nuevamente tuve que irme y dejarte solo.
Me pregunto cuantas veces hice lo mismo, irme a mis tierras y dejarte solo en el parque, conociendo mas gente, mas…
Mientras en cada pelea pienso que estas mejor, que debes estar bien y que estoy protegiéndote como mi tierra natal, tu sigues creciendo, y al llegar, nuevamente me encontré contigo.
Estabas más alto, ahora tu cabeza llegaba a mi pecho cuando estábamos parados, y tus ojos azules me miraban con cierta admiración aun, aunque también con un poco de soledad.
Recuerdo que ese día querías ir a tomar el té al patio, y me sonreías mientras tomabas mi mano. Nos divertíamos y éramos muy unidos.
Te regalé unos soldaditos para que jugaras con ellos, sólo me sonreíste y los guardaste, nunca más los volví a ver.
La empleada de la casona llegó a servirnos un té ingles, finamente preparado en unas tazas blancas con arreglos florales.
Comenzaste a hacerme preguntas, sobre que era una nación, y que podías hacer por la gente que sufría. Me quedé en silencio sin responderte, con una descabellada idea que se cruzó por mi cabeza, tu alejamiento hacia mí, y me asusté.
Al ver tu sonrisa nuevamente, la idea se esfumó de mi mente, eras aun niño, mi niño, mi hermanito pequeño, que dependía de mi.
Uno de esos días, esos días de nevada que te agradaba admirar, tuve que viajar. Tomaste mi mano para que no me fuera nuevamente, y entendí que querías retenerme. No podía mirarte a la cara y me solté.
Desde el barco miraba tu cara llorosa, y aun así mi sonrisa, hipócrita te decía que volvería nuevamente, como siempre.
Cuando regresé estabas sentado, tomando lo que era un líquido oscuro que i conciencia desconocía, y al probarlo, me di cuenta que era amargo.
Lo llamaste sin más, café; supongo que era por su color pues era simplemente café. Algo tan amargo o era de mi agrado, pero si a ti te gustaba, eras libre de tomarlo. Te estabas convirtiendo en un adulto.
Ese día de verano, creo que nunca lo olvidaré. El día que me reclamaste lo solo que te sentías, lo mucho que sufría tu pueblo y que ya no soportabas la crueldad con la que mis ojos se negaban a ver tu propia realidad.
Ese día… ya no eras mi hermano menor.
Los días de risas, los días de dependencia quedaron atrás…
Pensé que algún día regresarías, como lo hice yo contigo en algún momento, pero esperé, esperé semanas a que vinieras por esa puerta y tu nunca apareciste.
Cuando te vi nuevamente, traías un traje de batalla, con cientos de hombres a tus espaldas, y me dijiste que ya no me necesitabas, y no me querías en tu vida. ¿Lo recuerdas?
Las palabras me dolieron, tanto que pensé que n mi pecho habría una llaga y comenzaría a sangrar, pero no, las llagas vinieron a su momento.
Desenvainaste tu espada y la pusiste frente a mi cara, porque eras noble a pesar de todas las discusiones.
A decir verdad, no quería pelear contigo, porque cuando te fuiste me di cuenta, que te quería, te quería de una forma especial, mas allá de mi propio ser.
Comenzaste a atacarme, y no pude más que defenderme.
Desenvainé mi propia espada y pronto mis hombres llegaron a mis espaldas, una guerra entre nosotros se había desatado.
Una herida tras otra, tuya, mía, tus hombres y los míos, nuestra sangre fundiéndose con los campos y los bosques que adornaban tus tiernas sierras. Y luego, mi caída.
Caí de espaldas y tu espada en esa tarde apuntaba mi rostro. Tus ojos fríos me dijeron que me matarías en cualquier momento, y cerré los míos esperando tu puñalada.
Cuando los abrí, estabas frente a mí, con una sonrisa… y nuevamente, eras un niño, un niño jugando a ganar, y ganaste.
Me abrazaste después de eso, y me susurraste un gracias al oído, te levantaste y volviste por donde luchábamos. Lo último que vi ese día fue tu espalda.
Dentro de mi casa escuchaba la celebración, los gritos, y desde mi ventana escuchaba tus risas y tu alegría. Ahora eras el adulto.
Te desarrollaste con rapidez, creciste más después de que me fui para no volver y poco a poco te volviste conocido simplemente por “no depender de nadie”-
Te volviste una persona interesada y frívola, teniendo amistad con otras naciones simplemente por conveniencia propia, y porque siempre tenías que ser aquel que daba recursos a los demás, cualquiera e confundiría con caritativo, sin embargo, yo te conozco desde niño.
Ahora tienes muchos aliados que no son amigos, tienes muchos enemigos que son simplemente eso, y te quedas solo, aislándote de todos, con ese orgullo y ese ego.
Pero a escondidas te escabulles y me abrazas, a escondidas te escabulles y lloras, a escondidas vuelves a mi casa y nos cobijamos el uno al otro a pesar de nuestras adversidades
Eras el ave que voló de mi nido, y también el hijo pródigo que vuelve a los brazos de su padre, eres eso y mucho más…
Sin embargo, lo único que quería decirte es…

A pesar de todo, te sigo amado, Estados unidos de América.

Inglaterra.